Si con el término partitocracia designamos a la democracia degenerada en el poder oligárquico de uno o más partidos, y con el concepto de Estado partitocrático nos referimos aquél en que el poder resulta monopolizado más o menos legítimamente por un partido o por una pluralidad de partidos coalizados, con el vocablo Estado de partidos no llamamos a una degeneración de régimen o del sistema político sino con esta palabra abarcamos una realidad, que de acuerdo con el gran constitucionalista español don Manuel García-Pelayo, se representa donde quiera que el poder político tiene como fuente la voluntad del pueblo “aparecen los partidos políticos como último órgano de creación de todos los demás órganos, ya que sin su mediación la masa amorfa no podría derivar de sí misma los órganos del poder del Estado”. No dice que los partidos sean un órgano del Estado. Dice que de ahí derivan los órganos estatales. Por eso es un error, como algunos lo hacen, manejarlos como términos intercambiables. Después de la revolución de 1789, ya sabemos que se promulgaron leyes aboliendo los gremios, fraternidades, corporaciones y todos los cuerpos intermedios y que las constituciones y la misma teoría del Estado (G. Jellinek), los ignoraban o los confinaban al ámbito privado.
En su libro esencia y valor de la democracia, H. Kelsen, en el que rectifica la tesis del Estado vaciado de poder y de que no basta que un Estado esté sometido a la ley para que sea un Estado de derecho, enfatiza que sólo el autoengaño o la hipocresía pueden afirmar la posibilidad de una democracia sin partidos políticos, pues lo cierto es que la significación de éstos es tanto mayor cuanto más se fortalece el principio democrático, de donde se deduce que el Estado democrático es necesario e inevitablemente un Estado de partidos.
Como bien expresa don Manuel García-Pelayo, en su libro El Estado de Partidos: en efecto, no son órganos del Estado, pues su voluntad no vale jurídicamente como voluntad del Estado. Pero aun cuando para la teoría clásica del Estado, los partidos pertenecen a la esfera de la sociedad, siendo que son los órganos que producen y echan a andar a los órganos estatales, deben ser reglamentados, debe promoverse una ley de partidos políticos.
En todo caso el término partitocracia es ambiguo dado que con él se pretende denunciar tanto una supuesta suplantación de la soberanía como un conjunto de vicios y privilegios que hay que suprimir para detener su desnaturalización y esclerosis, mientras que el concepto Estado de partidos explica el fracaso de los liberales, por negar la realidad de una base plural del Estado, promover una representación que sólo recae en el órgano estatal, exaltar una voluntad predeterminada, que no daba lugar para la competencia democrática y que tenía como intrusos a los partidos que consideraba que desunían lo que por naturaleza era monolítico y sí no había más que competir por funciones constitucionales, esa competencia era únicamente de aptitudes y no de ideas e intereses.
El Estado de partidos es la victoria de la realidad sobre la ficción. Es la victoria de la democracia sobre el liberalismo decimonónico, modificando la teoría clásica de la división de poderes, el parlamentarismo tradicional, el atomisismo y la teoría representativa.
En su libro esencia y valor de la democracia, H. Kelsen, en el que rectifica la tesis del Estado vaciado de poder y de que no basta que un Estado esté sometido a la ley para que sea un Estado de derecho, enfatiza que sólo el autoengaño o la hipocresía pueden afirmar la posibilidad de una democracia sin partidos políticos, pues lo cierto es que la significación de éstos es tanto mayor cuanto más se fortalece el principio democrático, de donde se deduce que el Estado democrático es necesario e inevitablemente un Estado de partidos.
Como bien expresa don Manuel García-Pelayo, en su libro El Estado de Partidos: en efecto, no son órganos del Estado, pues su voluntad no vale jurídicamente como voluntad del Estado. Pero aun cuando para la teoría clásica del Estado, los partidos pertenecen a la esfera de la sociedad, siendo que son los órganos que producen y echan a andar a los órganos estatales, deben ser reglamentados, debe promoverse una ley de partidos políticos.
En todo caso el término partitocracia es ambiguo dado que con él se pretende denunciar tanto una supuesta suplantación de la soberanía como un conjunto de vicios y privilegios que hay que suprimir para detener su desnaturalización y esclerosis, mientras que el concepto Estado de partidos explica el fracaso de los liberales, por negar la realidad de una base plural del Estado, promover una representación que sólo recae en el órgano estatal, exaltar una voluntad predeterminada, que no daba lugar para la competencia democrática y que tenía como intrusos a los partidos que consideraba que desunían lo que por naturaleza era monolítico y sí no había más que competir por funciones constitucionales, esa competencia era únicamente de aptitudes y no de ideas e intereses.
El Estado de partidos es la victoria de la realidad sobre la ficción. Es la victoria de la democracia sobre el liberalismo decimonónico, modificando la teoría clásica de la división de poderes, el parlamentarismo tradicional, el atomisismo y la teoría representativa.
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