Hace ya muchos años Lorenzo Caboara nos decía que en el Estado partitocratico son precisamente los partidos los que en realidad disponen del poder soberano, en cuanto que, con su voluntad, constituyen la voluntad del Estado (LOS PARTIDOS POLITICOS EN EL ESTADO MODERNO, Ediciones Iberoamericanas, S.A. Madrid 1967).
Hans-Jürgen Puhle, coautor de un extraordinario libro editado por José Ramón Montero, Richard Gunther, Juan J. Linz, afirma que Parteienstaat significa, en esencia, lo mismo que partitocrazia: una situación en la que los partidos políticos dominan el Estado y importantes segmentos de sus instituciones y de la sociedad, como la Administración pública (a todos los niveles), las empresas públicas, la educación, los medios de comunicación, etc. (Leibholz 1973 y von Beyme 1993).
Desde su aparición los partidos políticos han sido vistos como disolventes de una Nación que se tenía como monolítica. Muchos vieron en los partidos la fuente de división de algo que supuestamente se tenía por naturaleza como algo unitario. No fueron pocos los autores y los movimientos que levantaron la consigna de una Nación para un Estado, es decir, un Estado para cada Nación. La realidad hizo estallar esta construcción teórica.
Los liberales construyeron su teoría del Estado no solamente obsesionados por limitarlo a tal grado que muchos ven en esa teoría, una teoría del Estado sin Estado, sino chocando frontalmente contra los principios y valores democráticos. Para empezar al tener a la Nación como un ente monolítico llegaron a la conclusión de que la representación estaba en los órganos del Estado y que los representantes (diputados o senadores) expresaban la voluntad de ese todo y de ninguna manera a los distritos, que eran resultado de una división técnica para fines exclusivamente electorales, por lo que el mandato del representante viene de la Constitución y no de las urnas, siendo el voto también una función y no un derecho para reivindicar sus demandas. El concepto de ciudadano, al igual que el concepto de nación, son una ficción porque en el caso del primero solamente existe el ciudadano concreto: obrero, campesino, maestro, ama de casa, etc., en tanto en el caso de la Nación, no existe la Nación monolítica sino únicamente la Nación plural tanto étnica, social, biológica y culturalmente.
Los revolucionarios de 1789, partiendo del concepto de Nación indiferenciada llegaron a excluir a los partidos políticos y en su lugar colocaron una figura romana llamada comicios, que a partir de ese momento tendría la encomienda de proponer a los elegibles y desaparecer tan pronto finalizara las elecciones, con la desafortunada bifurcación del voto en voto pasivo y en voto activo.
El tránsito del partido de cuadros al partido de masas permitió su fortalecimiento, pero con el deslizamiento del partido de masas al modelo de partido que Otto Kirchheimer, llama catch-all party o partido de todo el mundo, que no toma partido, que sirve a Dios y al diablo, donde caben todos y que al pretender abarcar el todo destruye el sistema, acabando por negarse a sí mismo, que de entidad manipuladora de corporaciones ha pasado a ser entidad manipulada por las corporaciones, entrado a lo que Richard S. Katz y Peter Mair, denominan como partido cartel.
Ni duda cabe que la irrupción de los partidos políticos trajo primero la transformación de la teoría de la división de poderes, al existir la posibilidad de poder reunir en las manos de un solo grupo tanto el poder ejecutivo como el poder legislativo, y por otro lado, terminó con la fantasía de que el representante votara conforme a su consciencia dado que ahora recibe la línea de su partido, lo que no es menos nocivo que cuando recibe la línea de una empresa o familia de oligarcas. Con todo está a la vista que los partidos son cuestionados no tanto por esa desnaturalización que han hecho del diseño constitucional sino por su función representativa, que le es disputada por otros poderes empeñados en suplantarla o por lo menos someterla.
Hoy mismo observamos que por una parte está en proceso una reforma que según sus autores busca transferir poderes de los partidos a los ciudadanos pero por otra parte se enfocan las baterías para sitiar al PRI y pedirle que discipline a sus senadores y diputados para que voten la reforma laboral con la que Felipe Calderón desea agradar a los señores del gran capital. Entonces ¿dónde está la partitocracia o lo que la cultura vernácula llama partidocracia?
Hans-Jürgen Puhle, coautor de un extraordinario libro editado por José Ramón Montero, Richard Gunther, Juan J. Linz, afirma que Parteienstaat significa, en esencia, lo mismo que partitocrazia: una situación en la que los partidos políticos dominan el Estado y
Desde su aparición los partidos políticos han sido vistos como disolventes de una Nación que se tenía como monolítica. Muchos vieron en los partidos la fuente de división de algo que supuestamente se tenía por naturaleza como algo unitario. No fueron pocos los autores y los movimientos que levantaron la consigna de una Nación para un Estado, es decir, un Estado para cada Nación. La realidad hizo estallar esta construcción teórica.
Los liberales construyeron su teoría del Estado no solamente obsesionados por limitarlo a tal grado que muchos ven en esa teoría, una teoría del Estado sin Estado, sino chocando frontalmente contra los principios y valores democráticos. Para empezar al tener a la Nación como un ente monolítico llegaron a la conclusión de que la representación estaba en los órganos del Estado y que los representantes (diputados o senadores) expresaban la voluntad de ese todo y de ninguna manera a los distritos, que eran resultado de una división técnica para fines exclusivamente electorales, por lo que el mandato del representante viene de la Constitución y no de las urnas, siendo el voto también una función y no un derecho para reivindicar sus demandas. El concepto de ciudadano, al igual que el concepto de nación, son una ficción porque en el caso del primero solamente existe el ciudadano concreto: obrero, campesino, maestro, ama de casa, etc., en tanto en el caso de la Nación, no existe la Nación monolítica sino únicamente la Nación plural tanto étnica, social, biológica y culturalmente.
Los revolucionarios de 1789, partiendo del concepto de Nación indiferenciada llegaron a excluir a los partidos políticos y en su lugar colocaron una figura romana llamada comicios, que a partir de ese momento tendría la encomienda de proponer a los elegibles y desaparecer tan pronto finalizara las elecciones, con la desafortunada bifurcación del voto en voto pasivo y en voto activo.
El tránsito del partido de cuadros al partido de masas permitió su fortalecimiento, pero con el deslizamiento del partido de masas al modelo de partido que Otto Kirchheimer, llama catch-all party o partido de todo el mundo, que no toma partido, que sirve a Dios y al diablo, donde caben todos y que al pretender abarcar el todo destruye el sistema, acabando por negarse a sí mismo, que de entidad manipuladora de corporaciones ha pasado a ser entidad manipulada por las corporaciones, entrado a lo que Richard S. Katz y Peter Mair, denominan como partido cartel.
Ni duda cabe que la irrupción de los partidos políticos trajo primero la transformación de la teoría de la división de poderes, al existir la posibilidad de poder reunir en las manos de un solo grupo tanto el poder ejecutivo como el poder legislativo, y por otro lado, terminó con la fantasía de que el representante votara conforme a su consciencia dado que ahora recibe la línea de su partido, lo que no es menos nocivo que cuando recibe la línea de una empresa o familia de oligarcas. Con todo está a la vista que los partidos son cuestionados no tanto por esa desnaturalización que han hecho del diseño constitucional sino por su función representativa, que le es disputada por otros poderes empeñados en suplantarla o por lo menos someterla.
Hoy mismo observamos que por una parte está en proceso una reforma que según sus autores busca transferir poderes de los partidos a los ciudadanos pero por otra parte se enfocan las baterías para sitiar al PRI y pedirle que discipline a sus senadores y diputados para que voten la reforma laboral con la que Felipe Calderón desea agradar a los señores del gran capital. Entonces ¿dónde está la partitocracia o lo que la cultura vernácula llama partidocracia?
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