30 may 2011

No queremos máquinas electoreras.

Resulta que habiendo surgido la política para resolver las diferencias sociales, económicas, culturales, ideológicas, pareciera que solamente debe ocuparse de sus prácticas, visiones, instrumentos, instituciones y resultados, produciendo la sensación de que sin la conflictividad política todos viviríamos en paz y que los problemas que son la razón de su existencia desaparecerían por arte de magia.
La realidad es que primero sustrajeron de la política un conjunto de derechos que ponen a salvo y hacen intocable relaciones que generan explotación y desigualdad y después levantaron una teoría para limitar al Estado que dio origen a una política sin Estado o a un Estado que negando su propia naturaleza se puso una máscara de neutralidad cuando en realidad ese disfraz solamente ha imposibilitado que se vea como lo que realmente es: una estructura jurídico-política al servicio de un mercado generador de la más espantosa pobreza.
Los partidos políticos son rehenes de una concepción política que al negar la diferencia y el conflicto niega su razón de ser, por la sencilla razón que si no hubiera diferencia no habría necesidad ni de política que es el conjunto de mecanismos objetivos y subjetivos para encauzar esa diferencia ni se justificaría la presencia de los partidos políticos que son y deben de ser expresión de esa diferencia.
Al deslizarse por un tobogán electorero, los partidos políticos, hacen de la búsqueda de votos y la obtención de cargos públicos el centro de su existencia, cerrando la vía partidista para un cambio legal y pacífico de sus condiciones de vida, con lo que al clausurarse la vía electoral para hacer llegar las demandas de la ciudadanía a los órganos encargados de transformarlas en leyes y políticas públicas, no queda más alternativa para nuestros hombres y mujeres que ir a ocupar las calles, la plaza pública, los espacios comunes, exponiéndose a ser llevados por la irritación a beneficiar a sus propios verdugos.
La disyuntiva de los partidos políticos es muy clara: o continúan desterrados de la conflictividad social, trabajando únicamente para reforzar un mercado depredador, disputando las indulgencias de los dioses del dinero y la manipulación, o bien se abren de una vez por todas a los reclamos de los grandes sectores sociales que piden que la política deje de ser un fin en sí mismo y se ponga al servicio de los 2.4 millones de mexicanos que no tiene empleo, de los 360 mil profesionistas que reconoce la SEP, que están sin trabajo, de los millones de padres de familia que piden una mejor educación, de los 40 millones que viven en la pobreza y de la otra mitad que viven en extrema pobreza, de los ofendidos por los casi 40 mil ejecutados en estos últimos 5 años, de los trabajadores que viven en condiciones infrahumanas por los injustos y mínimos salarios que reciben, de los jóvenes sin futuro y sin derechos, de las mujeres que reclaman equidad e igualdad, de los hogares que ven incrementar diariamente la canasta básica, de los ciudadanos que ya no soportan más aumentos en la gasolina, el gas, el diesel y la electricidad.
La crisis de los partidos y del sistema de representación debe ser enfrentada comenzando por poner en su lugar a todas las camarillas y sectas que están empeñadas en utilizar a los partidos únicamente para sus fines sectarios y a seguir lucrando con el dolor y la pobreza de nuestros conciudadanos, sin más propósito que destruir la política como el más valioso reducto que tiene la ciudadanía para cambiar sin derramamiento de sangra a sus autoridades pero también el actual modelo económico que nos flagela.

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