En una ocasión escuché decir al entonces presidente de la República de Chile, Salvador Allende, que hoy los países imperialistas (perdón si lastimo algún oído casto), no necesitan de aviones de guerra, tanques, fusiles y ejércitos para apoderarse de nuestra riqueza, hoy lo hacen a través de inversiones, préstamos atados y, sobre todo, fijando el precio a nuestros productos. El precio del petróleo, la plata, el cobre, el acero, el café, el cacao, el plátano, etc, se fija en las bolsas de Londres, Nueva York, Tokio. El día que nosotros fijemos el precio de nuestros productos tendremos el margen para crecer, ahorrar. Mientras se fije el precio de nuestros productos en los centros financieros de las grandes metrópolis seguiremos hundidos en la pobreza.
En una época en que todo se compra y se vende, en que el que tiene dinero puede saltarse la lista de espera para la donación de un riñón, un hígado, un corazón u otro órgano, qué difícil es hablar de dignidad humana.
Frente al innegable fracaso del actual modelo económico depredador, mucho hay que aplaudir lo que el Estado puede hacer para combatir la marginación y la pobreza que genera un mercado salvaje.
La dignidad humana no es un rasgo contingente, que se pueda o no tener, es un tipo de valor intrínseco que pertenece por igual a todos los seres humanos, no equivalente ni intercambiable y por lo mismo no tiene precio, razón por la cual la fuerza de trabajo puede ser una mercancía pero no la persona. En palabras de Immanuel Kant: Aquello que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo no tiene un valor meramente relativo o precio, sino que tiene un valor interno, es decir, dignidad (Fundamentos de la metafísica de las costumbres. Edit. Tecnos. Madrid 1994. Pág. 80)
La razón de que por mucho que caigan o sean llevados los seres humanos a situaciones indignas, luchemos por sacarlos de esas humillaciones, es que tienen una dignidad inherente, absoluta e inalterable, que los hace titulares de derechos fundamentales que permiten el desarrollo pleno de la persona.
Tenemos que proscribir todo trato que atente contra la dignidad de las personas, todo lo que menoscabe la autonomía que Kant dice que es el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda la naturaleza racional.
Jesús González Amuchastegui, en su extraordinaria obra Autonomía, dignidad y ciudadanía, afirma que: En definitiva en esa condición de ser autónomo, racional, de agente con capacidad para autodeterminarse, de imponerse restricciones morales, de elegir los fines y objetivos a alcanzar durante su vida, la que le permite obrar moralmente, a lo que es lo mismo ser sujeto moral; y es esta subjetividad moral la que constituye la humanidad en él, la que le confiere santidad y dignidad, y la obliga a tratarle siempre y solamente como un fin en sí mismo. Pág. 430.
Valiente la decisión del gobernador Javier Duarte de Ochoa, de darle un giro de 180 grados a la orientación social para que el Estado de Veracruz, acuda en apoyo de la ciudadanía no como un acto generoso y sujeto a estados de ánimo sino a partir de reconocer igual dignidad e igual autonomía en todos y de los derechos tanto individuales como económicos, culturales, políticos y sociales.
En una época en que todo se compra y se vende, en que el que tiene dinero puede saltarse la lista de espera para la donación de un riñón, un hígado, un corazón u otro órgano, qué difícil es hablar de dignidad humana.
Frente al innegable fracaso del actual modelo económico depredador, mucho hay que aplaudir lo que el Estado puede hacer para combatir la marginación y la pobreza que genera un mercado salvaje.
La dignidad humana no es un rasgo contingente, que se pueda o no tener, es un tipo de valor intrínseco que pertenece por igual a todos los seres humanos, no equivalente ni intercambiable y por lo mismo no tiene precio, razón por la cual la fuerza de trabajo puede ser una mercancía pero no la persona. En palabras de Immanuel Kant: Aquello que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo no tiene un valor meramente relativo o precio, sino que tiene un valor interno, es decir, dignidad (Fundamentos de la metafísica de las costumbres. Edit. Tecnos. Madrid 1994. Pág. 80)
La razón de que por mucho que caigan o sean llevados los seres humanos a situaciones indignas, luchemos por sacarlos de esas humillaciones, es que tienen una dignidad inherente, absoluta e inalterable, que los hace titulares de derechos fundamentales que permiten el desarrollo pleno de la persona.
Tenemos que proscribir todo trato que atente contra la dignidad de las personas, todo lo que menoscabe la autonomía que Kant dice que es el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda la naturaleza racional.
Jesús González Amuchastegui, en su extraordinaria obra Autonomía, dignidad y ciudadanía, afirma que: En definitiva en esa condición de ser autónomo, racional, de agente con capacidad para autodeterminarse, de imponerse restricciones morales, de elegir los fines y objetivos a alcanzar durante su vida, la que le permite obrar moralmente, a lo que es lo mismo ser sujeto moral; y es esta subjetividad moral la que constituye la humanidad en él, la que le confiere santidad y dignidad, y la obliga a tratarle siempre y solamente como un fin en sí mismo. Pág. 430.
Valiente la decisión del gobernador Javier Duarte de Ochoa, de darle un giro de 180 grados a la orientación social para que el Estado de Veracruz, acuda en apoyo de la ciudadanía no como un acto generoso y sujeto a estados de ánimo sino a partir de reconocer igual dignidad e igual autonomía en todos y de los derechos tanto individuales como económicos, culturales, políticos y sociales.
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