El surgimiento de la organización jurídico-política conocida como Estado Moderno en los siglos XVII y XVIII que tiene como principal característica la unicidad y monopolización del poder político frente al pluricentrismo que le precedió, espantó tanto a los grandes propietarios y señores del dinero que inmediatamente se armaron ideológica y materialmente para tratar de detener el avance de Leviatán. La paradoja es que los mismos que primero lucharon porque se delimitaran las fronteras y que para cada nación hubiera un Estado, es decir, un ejército profesional, un mando central, una sola legislación, una sola moneda, una sola lengua, una sola bandera, un solo himno, para poder dar el salto del feudo y el taller familiar a los grandes mercados y a la producción en serie, fueron los mismos que empezaron a producir las ideas y los mecanismos para fijar un coto invadible y las instituciones que limitaran eso que Robert Paine llamaría un mal necesario.
El liberalismo no es otra cosa que aquel pensamiento que tiene como centro la libertad negativa (a diferencia de la libertad positiva que se refiere a la autodeterminación, a decidir las leyes que rigen), pensamiento que mientras existió el autogobierno o predominó lo privado sobre lo público no se desarrolló sino hasta que hubo una total separación entre gobernantes y gobernados y los propietarios vieron que las decisiones colectivas podían afectar sus ganancias.
Si la filosofía liberal tiene como eje la defensa de la libertad negativa que no es otra cosa más que ese ámbito que considera que no debe ser intervenido por el poder público, el constitucionalismo moderno es la técnica del liberalismo que tiene como fin limitar el poder dividiéndolo y contrapesándolo y poniéndole unos derechos sacrosantos que John Locke los circunscribía al derecho a la vida, al derecho a la libertad y al derecho a la propiedad, que finalmente en su célebre Segundo Ensayo sobre el Gobierno Civil, que era una respuesta a la obra el Patriarca, de Robert Filmer, lo reduce a uno solo, que es al derecho de la propiedad, derecho que justifica de la manera más inconsistente.
La historia del liberalismo no es otra cosa más que la historia de los grupos que viven del trabajo ajeno por impedir que se modifiquen las reglas escritas y no escritas de la mano invisible de un mercado salvaje que es el verdadero responsable de los millones de pobres que engrosan la sociedad y la depredación de un medio ambiente cada vez más irrecuperable.
La democracia no puede existir mientras permitamos que los grandes propietarios sustraigan de las decisiones colectivas un conjunto de derechos que condenan a la ciudadanía a una concepción de la democracia meramente instrumentalista dedicada a quitar y a poner autoridades pero que le prohíbe someter a la voluntad popular las decisiones más importantes que tienen que ver con su organización social y económica.
El liberalismo no es otra cosa que aquel pensamiento que tiene como centro la libertad negativa (a diferencia de la libertad positiva que se refiere a la autodeterminación, a decidir las leyes que rigen), pensamiento que mientras existió el autogobierno o predominó lo privado sobre lo público no se desarrolló sino hasta que hubo una total separación entre gobernantes y gobernados y los propietarios vieron que las decisiones colectivas podían afectar sus ganancias.
Si la filosofía liberal tiene como eje la defensa de la libertad negativa que no es otra cosa más que ese ámbito que considera que no debe ser intervenido por el poder público, el constitucionalismo moderno es la técnica del liberalismo que tiene como fin limitar el poder dividiéndolo y contrapesándolo y poniéndole unos derechos sacrosantos que John Locke los circunscribía al derecho a la vida, al derecho a la libertad y al derecho a la propiedad, que finalmente en su célebre Segundo Ensayo sobre el Gobierno Civil, que era una respuesta a la obra el Patriarca, de Robert Filmer, lo reduce a uno solo, que es al derecho de la propiedad, derecho que justifica de la manera más inconsistente.
La historia del liberalismo no es otra cosa más que la historia de los grupos que viven del trabajo ajeno por impedir que se modifiquen las reglas escritas y no escritas de la mano invisible de un mercado salvaje que es el verdadero responsable de los millones de pobres que engrosan la sociedad y la depredación de un medio ambiente cada vez más irrecuperable.
La democracia no puede existir mientras permitamos que los grandes propietarios sustraigan de las decisiones colectivas un conjunto de derechos que condenan a la ciudadanía a una concepción de la democracia meramente instrumentalista dedicada a quitar y a poner autoridades pero que le prohíbe someter a la voluntad popular las decisiones más importantes que tienen que ver con su organización social y económica.
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